JORGE BUENO l Cronista de Oaxaca
Hablar de Juárez, más que un honor: es un gran privilegio.
Por ello, en su Natalicio, hoy lo traigo a la palestra.
Desde el nacimiento del gran Benemérito de las Américas, el 21 de marzo de 1806, hasta su muerte física, el 18 de julio de 1872, se produjo un paréntesis luminoso de la historia de México.
Los resultados del Gobierno de Benito Juárez muestran la transformación más valiosa de México.
Juárez marcó la transición desde la diversidad de grupos y clases estereotipadas, legado del régimen virreinal en México, hacia la integración de una nacionalidad con identidad propia. Esta evolución, que se desarrolló de manera majestuosa a lo largo de dos siglos, culminó en el engrandecimiento que hoy presenciamos, fruto de una auténtica revolución social.
Fuerza juarista
Esta etapa de transformación, inigualable en la historia de México por sus Leyes de Reforma, trasciende la noción de un cambio impulsado por un solo hombre.
Más bien, es el resultado de un entorno intelectual fértil, que sirvió como cimiento para el avance y enfrentó adversidades que allanaron el camino hacia el triunfo necesario
El nacimiento de una Nación
Tras lograr la independencia política de España, México se encontraba en la urgente necesidad de forjar una nueva identidad. El crisol para esta tarea fue el Instituto de Ciencias y Artes del Estado de Oaxaca, establecido por el primer Congreso Constitucional del Estado (1825-1827). Este colegio, fundado por visionarios liberales, se convirtió en un bastión civil con el mandato de buscar libremente la verdad y democratizar el conocimiento científico
Educación y justicia, pilares de identidad
En el ámbito de la jurisprudencia, los programas educativos del Instituto de Ciencias y Artes, establecido por decreto el 26 de agosto de 1826, ofrecieron a los jóvenes estudiosos no solo el Código Canónico, legado del Seminario, sino también un acceso a las disciplinas del derecho natural, civil y constitucional.
Estas áreas de estudio comenzaron a socavar la autoridad dogmática, reemplazándola con un régimen de libre indagación y sistemas que promovían la redención social de las clases más desfavorecidas.
Equidad
Indudablemente, estas nuevas corrientes de pensamiento aportaban a la concepción de la sociedad como una entidad contractual, experimental y en constante evolución, donde cada individuo merece igualdad de trato y oportunidades para progresar.
Este enfoque multilateral derribaba las barreras de nacimiento, linaje, clase y riqueza, abriendo caminos hacia un desarrollo humano más natural, basado tanto en las capacidades como en las virtudes. Así se marcaba el inicio de la justicia social moderna, distanciándose definitivamente del dominio de los privilegiados y avanzando hacia uno de los sistemas más progresistas del mundo: la justicia social
Rompiendo dogmas
Además, la fundación del Instituto y su enfoque educativo empezaron a cuestionar los dogmas prevalecientes, orientándose hacia una ciencia pragmática.
Esto se logró al observar la realidad de manera empírica, mediante la experimentación y verificación, desmontando gradualmente los errores basados en suposiciones o creencias infundadas en revelaciones o fantasías.
En aquel entonces, ya se vislumbraba el advenimiento del positivismo, que más adelante se convertiría en el enfoque idóneo para fomentar el cultivo de la ciencia y la técnica en su máximo esplendor
Fusión de cultura
En ese entorno, que a la luz de nuestros conocimientos biológicos se asemeja a un cultivo esencial de células en pleno desarrollo y expansión vital, arribó Juárez con un anhelo profundo, casi una voracidad por absorber nuevas enseñanzas.
Con una mente despejada, logró incorporar el mensaje activo y lógico de los conocimientos que iba adquiriendo, moldeándose con el tiempo en el prototipo que, en su ya robusta personalidad, fusionaba: la naciente cultura
Esta cultura nunca lo abandonó y como maestro de física en 1830 asimilaba por comparación los movimientos que seguían las leyes físicas con la dinámica social.
Arquitecto de la Reforma y la Unidad Nacional
Juárez mantuvo siempre una visión realista del nuevo México en el ámbito político.
Como abogado en 1831, ejerció su profesión con integridad y, más tarde, como estadista, defendió con probidad e inteligencia los intereses de México.
Siendo testigo y a veces víctima de las rígidas estructuras de la sociedad virreinal de su infancia y juventud, Juárez nunca cesó en su lucha contra las diferencias de raza, color, casta y clase.
Convocó a su alrededor a hombres de todas las condiciones para colaborar en una causa noble y excepcional: el servicio a la patria.
Estos antecedentes nos revelan a Juárez como un hombre renovado, inmerso en una cultura emergente.
En su época, combatió contra los fanatismos y los monopolios inamovibles que oprimían al pueblo mexicano, lo que condujo a la creación de las leyes de Reforma.
La ley como defensa
Testigo y víctima de un poder arbitrario, al estilo de Santa Ana, que lamentablemente dominó nuestro país por largo tiempo, Juárez comprendió que el único camino para una convivencia humana armoniosa era adherirse a la ley.
Por ello, triunfó en su constante respeto al marco legal, especialmente cuando Comonfort abandonó sus principios.
Juárez se amparó en la Constitución de 1857, que le sirvió de escudo para navegar por el agitado mar de las pasiones humanas y la anarquía.
Inspirado por las enseñanzas de su Alma Mater, asimiló que las naciones, al igual que los individuos, deben vivir libres de conquista, ser dueñas de su destino y autosuficientes mediante su esfuerzo propio.
Pilar de la dignidad mexicana
Ante la invasión, Juárez se mantuvo inquebrantable, ganándose la admiración de amigos y enemigos por igual.
Luchó con los recursos legítimos a su disposición hasta triunfar, impulsado por una energía bien dirigida, demostrando al mundo que incluso una nación pequeña puede prevalecer.
El presidente oaxaqueño mostró que, independientemente de lo desfavorecido que se le considere, es posible anteponer los principios a las ambiciones y la violencia, protegiendo así la dignidad de sus compatriotas.
Errante pero resuelto en su dignidad y defensa, Benito Juárez no sucumbió ante las adulaciones de la entonces poderosa Francia.
No se dejó seducir por las riquezas ni el poder del pequeño Napoleón, ni por los ofrecimientos de Maximiliano. Permaneció leal a sus principios, sosteniéndolos durante su peregrinaje por el país y el extranjero, y en los momentos más críticos, cuando solo tenía a México bajo sus pies, logró reconquistar todo el territorio, consolidándose como el padre de la mexicanidad.
Cimientos
Es importante destacar que Juárez, un hombre notable de todos los tiempos, tenía una personalidad ética sólidamente establecida, de la cual emanaban su integridad, honestidad y altruismo.
Su educación y formación le proporcionaron las herramientas para trazar un camino hacia la integración nacional, la defensa de la patria y su organización a través de leyes en un Estado Republicano, democrático y popular, alejándonos definitivamente de las tendencias monárquicas, aristocráticas y privilegiadas.
Rompiendo monopolios, purificando la cultura y reivindicando valores, así podemos concebir un México sin Juárez, ya que estos pilares del país son capítulos significativos de la historia mexicana hasta la actualidad, logros iniciados por su labor.
Hombre insignia
Por ello, con justa razón, lo afirmo nuevamente: Sería imposible concebir a México sin Juárez, pues este distinguido hombre de todos los tiempos es el arquitecto de su identidad.
Durante su gobernatura de cinco años en Oaxaca, Juárez reconstruyó el estado de manera tan ejemplar que su administración se convirtió en un modelo para toda la nación.
Un ejemplo de lo que se puede lograr con civismo puro, integridad, economía y gestión prudente, Juárez ascendió a la presidencia de la nación, donde fue un creador de leyes e instituciones que cimentaron el respeto y la dignidad del pueblo.
Guardian nacional
Juárez se erigió como un defensor incansable de la soberanía nacional y, ante el mundo, como un visionario de la democracia universal.
La doctrina Juarista, intrínsecamente humanista, nos impulsa a luchar por la vida en lugar de sucumbir ante la adversidad. Incluso en un hipotético escenario apocalíptico nuclear, resultado del odio entre naciones o un error fatal, la filosofía de Juárez perduraría: ‘Nada por la fuerza. Todo por el derecho y la razón’.
Celebración histórica
A dos años del bicentenario del Instituto de Ciencias y Artes, se aproxima la oportunidad de honrar su legado con un gran programa conmemorativo, y la formación de un comité dedicado a celebrar los doscientos años de su invaluable contribución al país.