El árbol de Navidad, un símbolo presente en millones de hogares mexicanos, tiene una historia enraizada en la influencia europea que marcó el siglo XIX. De origen pagano y adaptado por el cristianismo, esta tradición fue introducida al país por familias alemanas que migraron durante el Segundo Imperio Mexicano.
Documentos históricos señalan que la costumbre llamó la atención en tiempos de Maximiliano de Habsburgo, cuando el emperador y su esposa Carlota decoraron un árbol en el Castillo de Chapultepec. Este gesto, que sorprendió a la aristocracia mexicana, inició la adopción del arbolito navideño entre las clases altas, desplazando paulatinamente al nacimiento, que hasta entonces dominaba las celebraciones decembrinas.
A pesar del fusilamiento de Maximiliano en 1867 y el declive temporal de la práctica, el árbol navideño resurgió en 1878 gracias al general Miguel Negrete, quien instaló uno en su hogar tras su regreso de Estados Unidos. La prensa destacó el evento, describiendo con detalle un pino decorado con luces y regalos que impresionó a la sociedad de la época. Este suceso marcó el inicio de la popularización de esta tradición más allá de la élite mexicana.
Con el paso de las décadas, el árbol de Navidad pasó de ser un símbolo aristocrático a uno colectivo, adoptado por todas las clases sociales. En la actualidad, este elemento es parte fundamental de las festividades mexicanas, combinando una tradición extranjera con las celebraciones propias del país.